Silencio



Este viernes me desperté temprano. Anoche no dormí bien, mi cuerpo estaba quieto como una estatua, pero mi cabeza no paraba de pensar. 

Durante estos diez meses he aparentado tener una sensación de bienestar que solo esconde lo que por dentro está a punto de estallar, tristeza en grandes cantidades, como un océano.

Imagino una foto donde se ven dos personas sentados sin mirarse, una lámpara sobre una mesita que los separa y de fondo una pared sin cuadros ni adornos. No hay conexión entre estas dos personas. 

Como una película, me imagino que unos minutos antes debieron haber discutido, y luego no tuvieron nada para decir. En esta foto falta color, me disgusta el tono de luz sombrío. 

¿Qué me pasa contigo?

Me da rabia que no haya nada para decir y siento que se aproxima el fin aunque no lo quiero. A veces pienso si no soy muy exigente en pedirte que hables y, otras veces, pienso que si no hablamos me voy a morir de tristeza.

Se nos ha vuelto un hábito estar en silencio, pero no ese que reconforta, que nos dice que estamos ahí uno para el otro y que nos vincula aún sin emitir palabra. Es este silencio que nos mata y que nos desgasta.

Yo quiero estar en sintonía contigo, en la misma frecuencia. Quiero brillar, amar, darle color a nuestra vida juntos. Despertar pensando en colores y no en blanco y negro. Tus emociones escondidas me desestabilizan.

No sé que hacer, quiero dar un salto, tener la iniciativa de esperarte.

Y creo que no puedo. 
Ha llegado la hora de partir.